Viaje sobre el Pacífico

Mientras miraba el mapa de Asia,  desplegado un portal de internet  apenas imaginaba Japón como en los libros de Kenzaburo Oe, imaginaba las carreteras como en esos viejos animes, el Viaje de Chihiro;  la lluvia del bosque como en Totoro. Imaginaba las estaciones y al señor tren Shinkansen como en el libro el Pájaro que da cuerda al mundo de Murakami.

Conseguía  reprimir un suspiro. Sería tan largo  el viaje,  largas las millas por recorrer. Largas meditaciones en un avión.

Y ahí estaba, en el aeropuerto de la Ciudad de México aguardando la lluvia de imágenes en mi mente.  Una  maleta de mano, una mochila con documentos. Un compañero de viaje extraviado en la burocracia de trámites aduaneros de último minuto. Un asiento vacío a mi derecha. Una misión de trabajo.  Llamadas urgentes para resolver el caso del compañero extraviado.

 La tarde caía calurosa en la ciudad y la fiebre de fines de marzo comenzaba asomar mi frente.  Mis sentidos  ya habían abandonado el ambiente atestado de gente al igual que la temperatura abandona a un árbol muerto. La gente parecía en modo silencioso como una película muda de los años setenta. Pasos que viene y van, ruedas de maletas pequeñas, cuadradas, grandes y de colores. 
  
 Seis de la tarde del mismo día, el avión sobrevolaba algún país de América para posteriormente cruzar el mar. En el mapa observaba el  océano Pacífico, coloreado en la pantalla del ordenador del avión de color azul lavanda.  Los paralelos y meridianos de esa imagen  producían un efecto somnífero y nebuloso en mí. Cerré los ojos, soñé con lineas ecuatoriales y caminos de lavanda.
  
 Marzo, siete de la mañana. Llegada al aeropuerto de Narita.  Mitad de la misión quedó en México. Mi infantería imaginaria me aguardaba llegando sola a Japón. Una ligera reminiscencia de lluvia aún permanecía en el ambiente exterior; era silencioso y fresco.  Respiraba ligeramente mientras veía que las personas caminaban de modo ambiguo.
  
Marzo, ocho y media; ya nadie había en la sala de espera de equipaje. Caminé hacia el transporte que me llevaría a Tokio.  Un señor muy mayor de uniforme, boina  y guantes blancos de tela abrió las puertas del automóvil, cargó mis maletas, ingresé, esas puertas se cerraron solas.










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