Sutiles apariciones (Cuento)

Apareció de pronto, un día de septiembre. Supe que me había buscado , nunca le pregunté por qué. La brisa trajo su aroma, tocó mi puerta y acepté su invitación. Para entonces el y yo fuimos ciegos. Nuestro lazarillo era una máquina, nos transportaba a través de una cinta, una pantalla. Para entonces ambos fuimos mudos, su idioma en dibujos; el mío en prosa. No era necesaria una interpretación.

Ciegos ambos nos tomamos la respiración, nos imaginamos el uno al otro. Era hermoso nuestro lenguaje, entre la sutileza y la fuerza desconocida.
Nunca intercambiamos gestos. Quizá de hacerlo, se hubiera roto el lazo que nos unía. Para ese entonces hubo un puente inmenso de sueños paralelos entre ambos mundos. El era del futuro, yo era del pasado, nuestros tiempos eran casi imposibles como una noche con rayos de sol.

Un día que no recuerdo muy bien, volvíamos de caminar juntos, mientras  me contaba sobre los Genting Highlands, las torres Petronas y la isla de Kota Kinabalu,  un sueño que era primavera en invierno.

La enfermedad de su pequeña hermana, vino como mala noticia. Cuando llegó  navidad, se hizo casi invisible. Luchó para no dejar que las velas que la  alumbraban  se agoten.  Le preparé remedios a media luz, le envié una postal y fotografías de la pequeña hermana.
Esa era su primera navidad distantes. La incertidumbre de no saber lo que le haría feliz empezaba a rondar mi tranquilidad.

El día de año nuevo ella despertó con un miedo terrible, el miedo a que los lazarillos no existieran más,  a que un día recuperemos la vista.  A vernos olvidados, a odiarnos, a arrepentirnos.

La tarde de nieve y ventisca recorriendo el museo de la ciudad antigua, me inundaron  de sus recuerdos, le dediqué una canción "Aunque toda la ciudad este moviéndose, sobre este puente, mi corazón estará quieto aquí abajo anhelando estar contigo en este momento".   Las pisadas sobre la nieve, los cuervos alrededor, el Sena tranquilo, muy tranquilo, el agua congelada del río. Los cuervos tranquilos.  Uno de ellos me decía  algo de Nathán , que su vida era mucho más agitada que la mía, entre trenes, metros, dictando clases en la universidad y una familia un tanto caótica sumada al intenso verano de Kuala Lumpur.

Cuando llegué a mi ciudad fue lo  mismo, en los trenes a veces veía su reflejo, pero era alguien más. En el aeropuerto, de espaldas alguien parecido, pero no era Nathán. En la plaza, tiritando de frío junto a otros árboles, entre bromas y risas débiles aún le tenía en mi mente. Trataba de imaginar sus años en la cátedra junto a gente como los de mi costado. Había pasado la misma desolación en otoño. Las miradas  de los cuervos calentaban un poco el alma, deseé que estuviera junto a buenas personas también. Deseé retroceder el tiempo. Ya casi terminaba el invierno y con el deshielo nuestro tiempo juntos fue desapareciendo.










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