Etopeya de iglesia: reconciliar lo irreconciliable

Un tuit entre líneas  decía "Si los creyentes critican son retrógrados, si los progresistas prenden fuego a una iglesia es libertad de expresión”.  Estos extremos ciertos o no,  se repiten como mantras en el mundo tuitero de la posmodernidad.

Dada la imperante división de posturas - al parecer irreconciliables -en todas las esferas de la sociedad, conservadores versus liberales, izquierda versus derecha, progresistas versus creyentes, surgen  pues diversas opiniones, en especial cuando se tocan temas que abren grietas como la legalización del aborto o la homosexualidad y comprendo que a algunos cristianos les molesta la forma de vida de algunas personas, bien se han expresado en las marchas tipo Con mis hijos no te metas, que fueron para mí  espacios sordos que en lugar de buscar una reconciliación iglesia - mundo, lo que hicieron fue agrietar mucho más el abismo que nos divide y profundizar esa absurda dicotomía.

¿Si los creyentes critican entonces son retrógrados? ¿Será que la mayoría de cristianos perdemos demasiado tiempo metiéndonos en la vida de las personas con una falsa superioridad moral? Son preguntas que no nos deben ofender, sino que nos deben invitar a la reflexión.

En realidad,  la iglesia nunca tuvo la responsabilidad de decidir por otras personas, de lo que sí tiene gran responsabilidad es de amar a las personas independientemente de las decisiones que tomen.  Señalaba Spinoza, el filósofo holandés que hay una gran diferencia entre una religión basada en la fe y la superstición basada en opiniones, las cuales manchan el propósito mismo de la fe.   La iglesia no es perfecta, y nunca lo será pues esta formada por seres humanos tan imperfectos,  y no me sorprendo cuando algunas personas utilizan este hecho para permanecer alejados de la iglesia diciendo que es un lugar donde abunda la hipocresía. En fin.

Corremos el riesgo de manchar el propósito real de ser cristianos (sea protestante, sea católico) cuando juzgamos sobre la vida de los otros y señalamos lo que nos parece inadecuado; o cuando miramos con ojos de severa justicia y fariseísmo;  acaso olvidando  la gracia y el ministerio de la reconciliación al cual fuimos llamados  o que todos fuimos pecadores, y sobretodo que Jesús no concebía su misión sin ser amigo de los menos religiosos.

Entonces, si de  facto, a  la sociedad le es difícil reconciliarse entre sus extremos, al menos no será que los cristianos podamos  hacer algo por un un tejido social profundamente herido por el desamor, y que las iglesias en lugar de ser vistas como museos de "santos y religiosos" sean vistos mas bien como hospitales del alma.   Quizás como antaño, podamos hacer algo para frenar  la violencia, la miseria, el abandono. Todo ello plantea el  ministerio de la reconciliación a través de Jesús, que nos invita amar, compartir, dar, hacer todo para la salvación de las almas. Todos verbos. Todas acciones libres fundamentadas en la fe en aquel que nos amó y nos salvó de las tinieblas.  Nada más muerto que una fe sin pragmatismo lejos del amor.


1 Cor. 13: 1-2  "Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso; ¡soy como una campana desafinada! Si no tengo amor, de nada me sirve hablar de parte de Dios y conocer sus planes secretos. De nada me sirve que mi confianza en Dios me haga mover montañas.








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